Lunes, 7:10 AM. Otra noche para olvidar, demasiado sueño, demasiadas preocupaciones. La agenda -hace 6 meses no la necesitaba- me dice que será otro día complicado. Bajo la cabeza al libro que estoy leyendo, la vida de Harry Flashman, intentando que su hilarante narrativa me aisle del ambiente deprimente del autobús. Veinticinco personas compartiendo espacio y mostrándose enfrascadas en sus pensamientos para evitar cualquier interacción con el resto.
Cuarta parada del recorrido. Suben cinco mujeres de la tribu de las marujas. Como es habitual, van en grupo -quedan para ir a trabajar, aunque trabajen en sitios diferentes- y no hablan, sino que gritan. Es completamente imposible mostrarse indiferente ante su presencia. El chico sentado delante mío frunce el ceño con incomodidad y se le escapa un "ñej" de desaprobación. La chica de mi lado sube el volumen de su mp3. Saludan al conductor con un coreografiado "buenos días, majo" imposible de ignorar y se distribuyen por el autobús. La primera parece Harrelson: "Conchi, Juani, aquí hay dos, Mari, a la parte alta, Tere, aquí tienes uno". "Niño, ¿me dejas sentarme?", me dice una, "muchas gracias, guapo". Lo han conseguido: se han sentado todas. Separadas, pero se han sentado. Para cualquier persona que no perteneciese a su tribu sería un problema, pero ellas son capaces de hablar a ocho metros ignorando los constantes ñejs del JASP y la pija. Al principio a mí también me molestaban, pero últimamente mi actitud está cambiando por varios motivos. El primero, que me saludan aunque no me conozcan de nada. El segundo, que utilizan expresiones tan en desuso como gracias y buenos días. Y el más importante, que sonríen. Mucho más de lo que hacen las otras veinticinco personas. Y mi libro puede esperar a mañana.
Cuarta parada del recorrido. Suben cinco mujeres de la tribu de las marujas. Como es habitual, van en grupo -quedan para ir a trabajar, aunque trabajen en sitios diferentes- y no hablan, sino que gritan. Es completamente imposible mostrarse indiferente ante su presencia. El chico sentado delante mío frunce el ceño con incomodidad y se le escapa un "ñej" de desaprobación. La chica de mi lado sube el volumen de su mp3. Saludan al conductor con un coreografiado "buenos días, majo" imposible de ignorar y se distribuyen por el autobús. La primera parece Harrelson: "Conchi, Juani, aquí hay dos, Mari, a la parte alta, Tere, aquí tienes uno". "Niño, ¿me dejas sentarme?", me dice una, "muchas gracias, guapo". Lo han conseguido: se han sentado todas. Separadas, pero se han sentado. Para cualquier persona que no perteneciese a su tribu sería un problema, pero ellas son capaces de hablar a ocho metros ignorando los constantes ñejs del JASP y la pija. Al principio a mí también me molestaban, pero últimamente mi actitud está cambiando por varios motivos. El primero, que me saludan aunque no me conozcan de nada. El segundo, que utilizan expresiones tan en desuso como gracias y buenos días. Y el más importante, que sonríen. Mucho más de lo que hacen las otras veinticinco personas. Y mi libro puede esperar a mañana.
3 comentarios:
Estas señoras son un pelotón de enaltecimiento de odio al prójimo por medio del desquiciamiento nervioso, la anorexia cultural y el cotilleo vox populi a grito pelao. Sin duda están organizadas militarmente ya que están en continuo movimiento, siempre son grupos autosuficientes de olores entre lejía conejo, añil checo-checo y empanadillas de pollo y acaban de salir todas a la vez de la misma peluquería.
Juanete,... hoy había un comando en mi tren pero he logrado escapar tirándome del mismo antes de que se cerrasen las puertas.
Mi trabajo me permite contemplar exhibiciones de este tipo a diario, porque me paso la vida subida a trenes, metros y aceras atestadas. Y es verdad que a veces desquician, especialmente a mis migrañas que tienen la desagradable virtud de presentarse todas las mañanas. Que no estoy para nadie, vaya, que me hablas un poco alto y me tiro a la yugular. Hasta mis hijos lo han aprendido, pobrecitos. Pero hay que dar al César lo que es del César y reconocer que cuando he estado embarazadísima han sido las únicas que se han levantado para que yo me sentase y luego me han dado conversación y aire con sus abanicos si el calor de los vagones me mareaba.
Como decía Pérez Reverte,hay que tener mucha presencia de ánimo para llevar la vida que llevan ellas y levantarse y limpiar casa o escaleras ajenas, hacer la compra, la comida, tener su propia casa y familia listas y atendidas y encima dejar que el sábado el marido las de un asalto. Las semanas que no tengo proyecto entre manos me convierto un poco en una de ellas, aunque no vaya a limpiar nada y muchas veces descubres en ellas (y en mí misma) tristezas infinitas debajo de su buen humor gritón, un cansancio eterno detrás de sus risas escandalosas. Quizá en grupo se sienten más arropadas, o comprendidas, o escuchadas.
Afortunadament al bus que agafo jo les "marujas asesinas" aquestes encara no hi tenen cabuda.
A les 8.30, quan ja fa hores que habito la meva humil morada barcelonina, al bus s'hi ajunta "el club de les marujas". Que no sé quina fixació tenen amb el conductor ... perdó, diguem més aviat que el conductor es descorda 3 botons de la camisa ... i vinga a cridar i vinga a riure ... i aleshores veus quan realment el teu IPOD, MP3 o el que sigui, no té prou volum.
Una abraçada!
PD: La frase que m'ha fet escriure per validar el meu comentari és "restecto" ... restecto tio, restecto
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