jueves, 21 de julio de 2011

Mirar de frente

De un tiempo a esta parte he empezado a asumir que, adoptando ciertos patrones de comportamiento muy sencillos, consigo una actitud más receptiva de la gente que me rodea. No es nada revolucionario. Un ejemplo sencillo: saludar personalizando ("buenos días, Juan"), sin esperar respuesta e insistir aunque en los últimos intentos no haya obtenido respuesta.

Pero que el planteamiento sea sencillo no quiere decir que llevarlo a la práctica también lo sea. Mucha gente no contesta y eso te provoca malestar pero, cuando consigues controlar la reacción instintiva, te das cuenta de que eres mejor que ellos. Además, en pocos días obtienes resultados, por lo menos con la mayoría de personas: una sonrisa en vez de una cara larga mejora mi día considerablemente y, si esa sonrisa viene de alguien con quien tendré que trabajar, problablemente seá el preámbulo de una colaboración más sincera. Siempre hay quien no reacciona por mucho que insistas, pero ese tipo de personas no vale la pena. Las personas que no contestan la tercera vez que les saludas suelen ser arrogantes, antisociales o, simplemente, tontas, y no merecen que siga insistiendo.

Aún así, hoy me he dado cuenta de que puedo mejorar sensiblemente en este punto: cuando no tengo demasiada confianza con una persona, aparto instintivamente la mirada mientras le saludo. Siempre he pensado que mirar directamente a los ojos es señal de honestidad, y normalmente cuando hablo con alguien lo hago constantemente. En consecuencia, cuando alguien no lo hace, pienso que no es sincero o que oculta algo. Si eso pienso yo de ellos, ¿Qué pensarán ellos de mi cuando aparto la mirada al saludar? Habrá que cambiarlo, ¿no? ¿Demasiado forzado?