
Situación 1:
Vuelvo a mi sitio después de cinco minutos de relax:
- Ostras, acabo de ver a XXX. Qué afeminado, es espectacular.
- Hombre, no es tan afeminado, ¿no?
- Anda que no. Y es muy buen tío, hemos estado hablando un buen rato.
- Eso ha sonado bastante homófobo.
Situación 2:
Llueve y me he dejado el paraguas en casa, y tengo una reunión de pingüinos bastante lejos, así que le pido a una amiga que me deje el suyo. Mierda, es violeta. Como no podía ser de otra manera se pone a llover. Comentario de mi jefe:
- ¡Que paraguas más chulo! Pero mejor no lo saques en según qué sitios...
- ¡Que igual consigues lo que no buscas! (remata mi otro jefe)
- Bueno, o igual lo que busco, ¿no?
Silencio incómodo.
La primera situación me molestó bastante, tengo que reconocerlo. Que me tachen de homófobo me pone muy nervioso porque creo que no lo soy, y si es afeminado, pues lo es, ¿qué culpa tengo yo? De hecho, admiro muchísimo lo que se cuidan. Pues hazlo, me espetaba un amigo cuando se lo comentaba. Ya lo hago, pero nunca llegaré a ese grado de perfección en el bronceado o ese cuerpo tan trabajado. En el fondo no me importa lo suficiente para invertir tanto tiempo, dinero y esfuerzo. Supongo que lo del bodypump y la bici lo hago porque me divierte. La segunda situación fue muy graciosa, aunque igual no tenía que haberla provocado. Me gusta hacer malabarismos con la ambigüedad y que la gente me escudriñe intentando adivinar si hablo en serio o en broma. Y sé que no debería decir según qué cosas, porque condicionan lo que la gente piensa de mi. Y me importa, claro que sí. Al volver de la reunión le aclaré a mi jefe que el paraguas no era mío, y él me miró arqueando una ceja: claro, claro...