sábado, 25 de abril de 2009

¿Y ahora qué?

Hoy he vuelto a salir en bici tras el paréntesis de las vacaciones. Tenía curiosidad por ver qué tal me había sentado el entrenamiento. Léase con retintín, poniendo énfasis en la penúltima sílaba y arqueando la ceja izquierda. La verdad es que me he encontrado subiendo como nunca, rápido, utilizando el tercer o cuarto piñón por encima del desarrollo habitual prevacacional. Bajar es otra historia: leeeeeento, inseguro... con miedo, para ser claritos. A pesar de que sarada me dice que bajo mucho mejor que al principio yo no acabo de verlo claro. Al margen de las sensaciones puramente físicas, salir con el núcleo duro de los lalalá siempre es muy gratificante. Esa media hora contándonos nuestras intimidades es canela fina. Sí, bajamos mucho el ritmo, rompemos la media, pero... ¿y qué? Son esos momentos los que hacen que recuerde una excursión. Al final 43 km más a la saca por uno de nuestros recorridos comodín (Collserola-Vallvidrera). Una vez en casa, después de dejar a la Juani en su habitación, haber estirado convenientemente y haberme duchado, me he estirado en la cama con las manos sobre el teclado y he mirado el reloj: las 19:09h. No tengo nada que hacer en lo que resta de día. En ese momento ha sonado el móvil. Miro el nombre en el display. ¡Oooh, qué bien! La llamada no ha cambiado nada, he seguido sin nada que hacer, pero en el fondo ha cambiado todo. Las cosas empiezan a tener sentido.

2 comentarios:

Yolanda dijo...

A pesar de lo que aborrezco los teléfonos por definición, reconozco que, a veces, hay llamadas que nos iluminan especialmente. Me voy a fijar bien cuando caiga la noche. Lo mismo llega hasta aquí el reflejo. Celebro hasta el infinito y más allá tus grandes mejoras en el noble arte del pedaleo. Lo de las bajadas, con tiempo y con cuidado. Besitos.

Anónimo dijo...

Meiga, meiga, meiga, meigaaaaaa... Ni hablando en clave se te pasa :-D